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LO QUE NOS ENSEÑAN LAS PERSONAS A LAS QUE ATENDEMOS

 


A no rendirse y saber que siempre se puede reconstruir una vida
. Muchas veces cuando he visto los informes que llegan de una persona he pensado “¿ya podrá salir de esta situación?”. Me he visto asustada ante la complejidad de algunas vidas y la gravedad de algunos trastornos. También a los profesionales nos pasa. Pero luego he visto personas, de esas por las que nadie daba un duro, que han salido hacia delante, que han sido capaces de reconstruir un nuevo proyecto vital, piedra a piedra. Muy despacio y con mucho sufrimiento de por medio, pero han sido capaces de salir a flote, incluso dando un giro a su vida.

 

A veces una crisis puede no solo superarse sino hacerte mejorar como persona y en tu vida. No es raro que, tras dos años de tratamiento, algunas personas comenten que su vida es mejor que la que era antes del episodio psicótico. A veces comentan que han aprendido a vivir de manera menos exigente, con menos presión, o valorando cosas diferentes de la vida. O que han encontrado un sentido vital, que no tenían antes de su crisis. Recuerdo un chico que me contaba que salía una versión 2.0 de sí mismo. A veces esto puede hacernos parar y pensar sobre nosotros mismos.

 

En ese camino de superación he visto la importancia de marcarse objetivos, tener esperanza y rescatar las fortalezas de la persona. Cuando alguien ve que sigue teniendo muchas cosas de valor en su vida y en si mismo/a y va estableciendo pequeños pasos, siente que puede conseguirlo. Ahí tenemos mucha importancia las personas de alrededor y lo que le reflejemos. Si solo vemos síntomas, la persona verá síntomas, si vemos recursos, la persona verá recursos. Si vemos preocupación alrededor, cualquiera se sentirá preocupado. Si vemos estrés, nos sentiremos una carga. Si vemos admiración o reconocimiento, nos sentiremos valiosos. Eso nos pasa a todos, a las personas que atendemos también.

 

Esto no quiere decir que todo sea de color de rosa. Hay que tener mucha paciencia y soportar el sufrimiento, la angustia y la impotencia. Los procesos son lentos, es verdad que enseñan, pero a veces hay momentos en que se siente que no se puede más. Y eso dura un tiempo…y luego pasa. Primero con pequeños cambios, y luego con otros más grandes. No solo pasa en la enfermedad mental, ni en la enfermedad, pasa en la vida: en los duelos, las rupturas, las pérdidas, los cambios vitales…El cambio es inevitable, pero los procesos a veces son lentos y angustiosos. Aun me sorprende la capacidad que tenemos de soportar y esperar, menos mal que la tenemos. Veo a gente joven, sin problemas graves, con mucha insatisfacción, cambiando de trabajo, de residencia, de gente…buscando un sentido y una felicidad que no va a llegar en movimiento. Y veo a las personas que atiendo, aguantando una situación que no es fácil cambiar, esperando con paciencia, en el mismo sitio, y la situación va pasando, y el sentido y la felicidad se va encontrando. Eso también lo he aprendido.

 

Nadie puede anticipar hasta dónde puede llegar una persona. Me siguen sorprendiendo las personas. A veces esa persona que parece que lo tiene todo para estar bien, se atasca. Y aquellas que parece que lo tienen todo en contra, van tirando adelante. Esto es importante para nosotros, los profesionales, nos ayuda a confiar, a no tener prejuicios, a acompañar a la persona, pero sin ponerle topes. Si hay que ponérselos, ya se los pondrá a la vida. Y tal vez nadie tenemos el conocimiento para predecir qué puede o no conseguir alguien.

 

Cada persona es diferente. Los diagnósticos dicen muy poco de la experiencia del trastorno. He aprendido que es importante conocer a cada persona, sus vivencias previas y actuales, su entorno y sus valores personales. Que solo desde este entendimiento, uno puede dar con las claves para ayudarle a salir adelante. Al final, los y las profesionales aportamos cierto conocimiento, pero muy poco en comparación con todo lo que la persona está viviendo.

 

Somos una gota dentro de un océano de experiencias y relaciones y nuestro valor solo es valor si nos lo otorga la persona que tenemos delante. Creo que, como profesional, me han enseñado a ser humilde y a que “solo sé que no se nada”, o, al menos, poco. De ahí la importancia de trabajar en equipo, de aprender del compañero/a, que siempre sabe cosas que tú no sabes, o que aporta otras visiones de la realidad. Que te apoya cuando estás perdida o te sientes impotente en el trabajo, que pasa con frecuencia. Hay que dar gracias de tener a alguien cerca en este trabajo.

 

De ahí la importancia de la familia y de los amigos para salir adelante. A veces en salud mental dejamos olvidadas a las familia o allegados. Y son las que están 24 horas conviviendo con la persona, con su trastorno, en los momentos más difíciles, incluso. Esos que son difíciles de sostener incluso en las unidades de hospitalización, y eso, que ahí, solo duran un turno de trabajo. He visto familias hacer ingresos domiciliarios. Con lo que saben y con lo que pueden. Hay de todo y a veces hacen mal las cosas, con la mejor intención casi siempre. Es importante recordarlo y no juzgarlas. Y no olvidarnos de ellas, que necesitan ayuda. A veces lo llevan muy mal, no saben qué hacer ni cómo hacerlo. Tenemos que pensar en ello.

 

Por todo esto siento mucha admiración y doy las gracias de poder haber tenido esta experiencia de aprendizaje con vosotros y vosotras. 

Espero seguir acompañando vuestras historias mucho tiempo.


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